17 de octubre

Me imagino la escena, perdida a los pies de la cordillera. Ese paisaje sublime de montañas que suben a un cielo azul, el rio Cachapoal que baja arrastrando sus piedras milenarias. Mi abuelo joven buscando a mi abuela, quizás en la noche oscura apagando la vela en su palmatoria, en una pieza de la casa de adobe, entre las sábanas rugosas sin hacer ruido para no despertar a las hijas ya nacidas y pequeñas y en busca del hombrecito que le ayudaría en las faenas del campo y que nunca llegó, le hizo el amor a mi abuela.

Porque así tiene que haber sido concebida mi vieja una noche de verano en el probable mes de febrero del 21.  Muchos años después mi mamá hizo lo mismo con mi papa y nací yo… y entré en el universo que el azar forjó  de una historia de amor entre ella y mi viejo. El sino de la humanidad se repite una y otra vez.

Conocí a mi vieja pero un poco más tarde ya que cuando nacemos nuestro cerebro no está capacitado para recordar y su recuerdo me viene como fotografía solamente de algunos episodios que no sé si salieron de mi imaginación o son reales.

Siempre encontré a mi veja linda. Tiene aún una nariz pequeña y respingada, y tiene ojos despiertos y un cerebro ágil aunque hoy se esté apagando lentamente. Además tiene una energía inagotable que la mueve.  La veo desde siempre corriendo para regar las plantas, barriendo, caminando, intranquila en los espacios de su existencia. En su casa que construyó junto a mi viejo en un barrio que no cumplió sus promesas.

Pero esos recuerdos vivos van de las mañanas en que la vieja me recibía en su cama, me recitaba poemas y así plantaba una semilla de nostalgia y melancolía en mi conciencia. Ella recitaba poemas que a mi corta edad me hacían llorar, quizás eso le gustaba, sentir las emociones de sus hijos, saber que dentro había algo de ella, algo profundamente emocional. Como no acordarse de ese poema en que la flor desesperada le pide a la nube que le deje caer la lluvia que se muere de sed y que la nube se va sin verla y cuando vuelve se da cuenta muy tarde que la flor está muerta.[i]

Y así en su permanente ausencia siempre presente, la vieja me fue dejando en brazos de sus hermanas queridas. Infancia pasada entre dos mundos y cuando partía a trabajar, me quedaba llorando desconsolado aferrado a la vieja reja de la entrada y cuando la veía le preguntaba cuando vas a jubilar mamá para que estemos juntos para siempre?

En la vieja maternidad cumpliendo turnos que se describían en la musicalidad de una cancioncilla: Mañana, Tarde y Noche, pasaba su presencia/ausencia en las primeras horas de esa infancia feliz entre Gultro y La Reina. Imborrables recuerdos del antes de navidad cuando en su traje blanco con su toga de matrona nos paseaba por el pasillo del hospital El Salvador presentándonos  a sus colegas mas graciosas  las unas que las otras y que en la fiesta organizada para los hijos de los empleados, un ficticio viejo pascuero nos entregaba taca tacas de madera o muñecas para mi hermana. Momentos de sublime belleza.

Mi vieja era madre-gallina decimos aquí. De esas madres que no dejan que sus hijos se liberen , se vayan y caminen con libertad y aprendan de los porrazos de la vida. Muchas veces conversamos y cuando me contaba que a sus once años tuvo que dejar las Termas de Cauquenes para ir a estudiar a una pensión de monjas, sus ojos se humedecían de lagrimas. La herida fue grande y la transmitió a sus hijos.  He leído por ahí que la historia, la vida, las tragedias y las alegrías van incrustándose en los genes de las personas y transmiten las experiencias pasadas a las generaciones que siguen. A veces creo que si, porque esa parte de su vida que la marcó profundamente tuvo incidencia en nuestra educación en sus deseos casi enfermizos de tenernos cerca, de no querer vernos sufrir lo que ella sufrió. Y así fue.

Me contagió su fascinación por la nieve que cae, por el viento de tormenta, por la lluvia torrencial. Aquí está cayendo la primera nieve y cuando cae me recuerda sus entradas enérgicas en medio de la noche para despertarnos y empujarnos a mirar las raras nevazones en Santiago.  Me transmitió una visión de la vida fuera de la moral existente.  Muchas mañanas de mi adolescencia compartimos tranquilamente sobre su visión del mundo.  Retiré de su experiencia de vida cosas que más tarde contaré.

Nos llenó la biblioteca de enciclopedias. Nos prohibió leer historietas. Se sentaba en una silla de playa que nunca más he visto a leer Cumbres Borrascosas y me habló de Stefan Zweig.  Me inculcó el gusto por la lectura. Nos llevó a la playa cada año.  Nos dejo crecer en el juego y la libertad, pero cerca de ella.  Amó a sus hermanas y su padres. Amó y ama a sus hijos.  Aunque se pierde en el tiempo y sobre todo en su presente, la vieja esta ahí viva y presente.

Muchas historias están grabadas en la memoria. Muchas.  Mientras tanto le estiro mi mano con palabras, le abro mis brazos y la abrazo porque hoy esta de cumpleaños. miles de besos vieja!

[i] Sobre una estéril pradera,
el diáfano azul del cielo
cruzaba en rápido vuelo
una nube pasajera.

Viola pasar una flor
que abrasada se moría,
y en su penosa agonía
le dijo así con amor:

« Yo te bendigo: la suerte
es conmigo generosa,
Dios te manda, nube hermosa,
a librarme de la muerte. »

« Joven soy, morir no quiero;
en tus bondades confío;
una gota de rocío
por piedad, porque me muero. »

Pero la nube orgullosa,
insensible caminando,
« No puedo, dijo pasando,
servir a tan noble rosa. »

« Que si todos los pesares
de las flores mitigara,
pienso que no me bastara
con el agua de los mares. »

La flor exhaló un suspiro
y la nube en el momento,
agitada por el viento
siguió su rápido giro.

Cruzó la selva sombría,
cruzó también la ribera;
pero siempre en donde quiera
la tristeza la seguía.

Sintió al pronto una profunda,
indefinible ansiedad,
y por fin tuvo piedad
de la rosa moribunda;

Y del punto en que se hallaba,
con rapidez se volvió,
y a la pradera llegó
cuando la tarde expiraba.

De la flor sobre la frente
tendió su ligero manto,
y regándola con llanto,
exclamaba dulcemente:

« Despierta, yo soy; despierta,
yo te traigo la alegría. »
Mas la flor no respondía:
la infeliz estaba muerta.

Guardad tan triste lección
en el alma desde ahora:
niños, mostradle al que llora
una santa compasión.

Si el pobre a rogaros va,
no le miréis con desdén,
que es muy triste hacer el bien
cuando es inútil quizá

 

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