La magia en papel

Era un día gris, de nubes bajas y de lluvia. Caminando miraba la nieve en los antejardines y en mi cabeza imaginaba continentes de hielo que se dibujaban y que se desarman con el correr del día. Tomé el bus en la estación Villa Maria, al oeste de la ciudad. Escuchando el eco cacofónico de los jóvenes que reían y hablaban en inglés, francés o vietnamita,  iba de pie, mirando por la ventana del bus, la calle Monkland, las casas antiguas recubiertas de húmedos muros de ladrillo café obscuro. Casas de clase  media con sus balcones de madera pintados blancos. La calle con sus árboles desnudos me recordaban con nostalgia los inviernos en Chile. Y tengo claro que la nostalgia es un sentimiento honorable, una emoción antigua en el ser humano. La nostalgia de la que trato de escribir es aquella de las  conexiones perdidas. Por eso cuando me bajé del bus sentí ese frio que me recordó el invierno gris, de techo bajo, de llovizna persistente que sentía las mañanas camino al Instituto Nacional en Santiago.

Así caminé hacia la biblioteca Benny en mi primer día como asistente bibliotecario. No  tenia aprehensión. Ya en el pasado y antes de trabajar en el medio de la cooperación internacional, hice ese trabajo en la biblioteca Rosemont.  Era estudiante de maestría en antropología, los niños estaban pequeños. Me gustaba trabajar ahí, estaba cerca de la casa, el edificio era antiguo, la gente simpática. Lo había anotado en mi CV cuando postulé y creo que me ayudó. En la entrevista me preguntaron porque había dejado la biblioteca y les respondí que había recibido una oferta de trabajo que no podía rechazar. Pero no conté los pormenores de esa «oferta» porque en ella esta quizás una de las experiencias más extraordinarias que he vivido. Primera digresión:

Tía Nona ese mes de agosto agonizaba en Santiago. Acá era el verano, ya los días húmedos y calurosos se estaba retirando dejando magníficos días de sol y de calor soportable.  El clima se volvía agradable, la mañanas llenas de luz, los parques y jardines verdes. Esperaba el inevitable llamado de un momento para otro. Ese día martes volví de la biblioteca en la tarde. En el respondedor del teléfono escuché la voz de mi hermana Ximena que me daba la noticia de la muerte de mi tía. Me puse a llorar, Marcia me abrazó. Nada podía hacer, así que al otro día partí a trabajar como siempre.

Un día después recibí un llamado de una organización de Quebec con quienes había trabajado de manera muy tangencial en un proyecto. Me ofrecían, sin que hubiera mandado un CV, el puesto de encargado de proyectos en desarrollo internacional. Me quedé mudo, no pude más que pensar que mi querida Tía Nona había intervenido de alguna manera desde un universo paralelo.  Mi racionalidad, mi ateísmo, mi visión de lo transcendente sufrió un remezón. Tía Nona algo tendrá que ver  en esto? le pregunté a Marcia…  Tres semanas después estaba viajando a Zaire, visitando proyectos e hice una carrera de 25 años en el medio de la solidaridad internacional.

Por eso cuando crucé la puerta de empleados, volvía hacia atrás en el tiempo y pensé de nuevo en mi mágica estrella que me ha acompañado en esta vida.

Siempre me gustaron los libros y las bibliotecas. Mi primer recuerdo de lo que hay en los libros lo tengo cuando Gastón me leía cuentos una noche antes de dormir. Quizás como le leo a mis nietos hoy. En la casa abría las enciclopedias que llenaban los estantes de las piezas. A mi vieja siempre la vi leer… Recuerdo al lado de los pinos que daban la sombra de la tarde en Mirasol, mi vieja sentada en una silla de playa. «Que estás leyendo, Irma?»[i]  le pregunté «Cumbres borrascosas[ii]» – me respondió-.

Siempre leí; con mis compañeros de curso, con los muchachos de mi grupo marihuaneros pero curiosos. Pepe sentado en el marco de la ventana la sala de clases.  «Mira como empieza este libro», me dijo Pepe mostrándome la primera pagina «Solo para locos» y así entramos en las historias de Harry Heller, fuimos un poco ese personaje de Herman Hesse, fumando yerba a la salida del colegio, en la casa de Toño, discutiendo de los libros que leíamos. Todo lo leímos, los latinoamericanos, los europeos, los norteamericanos.

Las bibliotecas siempre me gustaron. Pero en Chile, había que buscar en el catálogo y pedirlo a la bibliotecaria para obtenerlo. Fue la primera vez que entré a la biblioteca de la Universidad de Montreal, que pude perderme entre los estantes, mirando y abriendo libros libremente. Cuando era estudiante sentía que tenía un mundo a mi alcance. Conocimientos magia, reflexiones.  Los autores los escuchaba en mi cabeza hablarme, escuchaba sus voces leyendo cada página.

Marcia y yo, descubrimos las bibliotecas públicas. Entramos y salimos con todos los libros que nos podían prestar. Los fines de semana de invierno, lo dedicamos a la lectura. Nos volvimos asiduos usuarios de la biblioteca de nuestro barrio que luego se convirtió en una Casa de la cultura moderna y bien equipada.

Pensar en libros me trae recuerdos.  muchos recuerdos y rehago el camino. Un amigo me pregunto porque las biblioteca existen hoy en día cuando todo está en internet.  Me costó responderle en algunas frases simples por el WhatsApp. Cierto, mucho existe en la red, pero ayer pensaba justamente, es el objeto; el libro, el papel, el espacio que lo protege, el silencio a veces monacal, las caras de las personas en los sillones viajando con sus mentes en aventuras, lugares imaginados, amores trágicos y otros felices, un sin fin de universos que están en los libros.  La biblioteca es un lugar de encuentro, un lugar de paz. Es un mundo aparte, como esos libros de niños que abres y que se despliegan con un mundo mágico.

Muchas veces, en las tardes que el sol entraba por la ventana de poniente, me senté a los pies de la cama; sentía ese calor tibio que me envolvía y mientras leía una de esa enciclopedias, viajaba por el mundo con mi imaginación. En las imágenes del Libro de Nuestros Hijos o una colección de tapas amarillas con maravillosas ilustraciones aprendí las estrofas de San Francisco y el Lobo y nació el deseo de querer dibujar hasta que un día lo saqué y que (con poco talento) me da el placer de estar conmigo mismo horas enteras, escuchando Joe Cocker, Pink Floyd, o blues de tiempos idos,  arropando mi nostalgia…

[i] A mi veja nunca le dijimos mama, siempre nos pido que la llamáramos por su nombre: Irma

[ii] Emily Bontë

6 thoughts on “La magia en papel

  1. Gracias Gerardo, y aprecio tu disposición por compartirnos ese fragmento de cotidiana nostalgia de manera tan singular. Qué buen retorno au boulot, felicitaciones!!!
    Abrazos,
    Arturo.

  2. Gracias Gerardo, y aprecio tu disposición por compartirnos ese fragmento de cotidiana nostalgia de manera tan singular. Qué buen retorno au boulot, felicitaciones!!!
    Abrazos,
    Arturo.

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