Estaba sentado en un viejo y pequeño bus mirando por la ventana camino a la casa. En esos tiempos, el chofer llevaba una radio que ponía a todo volumen. Miraba el día gris de invierno; corría el año 68 y acababa de cumplir mis 14 años. Quería llegar a mi casa para sacarme el puto uniforme del Instituto, quería simplemente en ese momento llegar a la casa tener un momento tranquilo pero nunca fue posible. Es otra historia.
Decía que el chofer llevaba la radio a todo volumen. Pero no importaba, Los Beatles cantaban Hey Jude y en mi cabeza tarareaba Nana na naaa! Entrando en una especie de transe interior en que los deseos de un adolescente que empezaba dejar atrás los mejores momentos de su vida, dándole un espacio preponderante a un sentimiento de nostalgia que será recurrente en el resto de sus días.
1968, fue el año. Lo escribí una vez. Fue el año de todos los cambios y yo estaba ahí. Lo veía en las vitrinas que vendían ropa fuera de las normas conservadoras de un país chato y muchas veces hipócrita. A mis 14 quería hacer parte del movimiento. Sacar un porro y fumarlo en la calle, ir a una fiesta y conocer muchachas como yo, pero la realidad nos golpeaba. Cada mañana el inspector se paraba en la puerta del colegio para revisar uniformes y el largo del pelo. Cada mañana nos escondíamos en algún rincón del colegio para compartir un cigarrillo o un porro. Mientras que en la casa, muchas veces invadida, con numerosa familia, los espacios de intimidad se hacían raros.
Pero mirando hacia atrás y leyendo algunos textos de David Graeber, un pensador anarquista, vivíamos un gran periodo de la historia que se puede calificar de Revolucionario. Para Graeber la revolución no es la toma del poder para establecer un régimen único; la revolución es un momento de ruptura que permite el nacimiento de ideas y de instituciones nuevas. El impacto ha sido más importante de lo pensado. La revolución rusa de 1917, dice Graeber fue una revolución mundial, finalmente responsable del New Deal en Estados Unidos y de la emergencia de los Estados Providencia en gran parte del mundo occidental así como la instauración del comunismo soviético. Decir que la revolución rusa condujo a un desastre, es equivocarse plenamente – escribe Graeber -. Y estoy de acuerdo con él. Según este pensador anarquista, la ultima revolución mundial es la de 1968, que se produjo en casi todas partes. Desde la China hasta México. No tomó el poder en ninguna parte pero sin embargo cambió todo. Fue una revolución contra los Estados burocráticos y por la no separación de la liberación personal y política y cuya herencia comenzamos a percibir hasta hoy con el nacimiento del feminismo moderno.
Miraba por la ventana de ese bus, que avanzaba por unos barrios hoy ya totalmente transformados; destruidos en su coherencia urbana, alimentados por el ultra liberalismo de una economía impuesta por una dictadura y continuada por aquellos que traicionaron la esencia cultural de una época.
Justamente Bellinghaussen escribe en Mexico “¿Traicionaron como generación los ideales, quedando en el sentencioso poema mínimo de José Emilio Pacheco con el 68 en mente: Ya somos aquello contra lo que luchamos a los 20 años? Lo que Ezra Pound expresara en su ABC de 1935: Uno de los placeres de la edad mediana es descubrir que uno estuvo en lo correcto, y que más lo estaba a los 17 o 23”
Me tomó tiempo entender que lo que hace único a 1968 que es el año de todas las rebeliones, incluso mi rebelión personal contra las enseñanzas de mi viejo y del Instituto. Una rebelión contra una gran variedad de cosas, de un sentimiento de alienación respecto del orden establecido y un desagrado profundo por cualquier forma de autoritarismo. Donde había comunismo, la rebelión fue contra el comunismo; donde capitalismo, contra el capitalismo. Los rebeldes rechazaban a casi todas las instituciones, los líderes políticos y los partidos (1968, The Year That Rocked The World, Random House, 2005).
Pero un día llegaron al poder en los años 90, en muchos países occidentales y latinoamericanos para implantar un modelo económico y político opuesto a las demandas de 1968 y los años posteriores, esa generación un poco anterior a mí. ¿Por qué? Porqué simplemente eran los cachorros del sistema, escribe Bellinghausen.
Ahora estamos en una encrucijada. La contrarrevolución conservadora que gobierna el mundo está llevando el mundo a los pies del abismo ecológico. La revolución feminista que se está desarrollando en muchos países es quizás una esperanza, podrá, esperemos, cambiar el paradigma capitalista y por lo menos detener esa carrera loca hacia del consumismo y la destrucción del medio ambiente. Rompamos de nuevos las normas. Cambiemos el mundo por nuestros hijos y nietos. 1968 no fue el comienzo y no es el fin.