Nada puede explicarse cuando llegan con la edad. Solo la arqueología de los huesos hablan de los pasos de los años en las vertebras que sostuvieron por largos años lo que envuelve mi conciencia: mi cuerpo. Esa energía misteriosa que mueve la vida y la energía se ve entrabada por algo indefinible que paraliza. Los médicos te piden que les pongas cifras, pero otra vez esa sensación sube y baja y a veces tiene piedad y te da un descanso. Si, hace tiempo que no escribo – le dije a un amigo que me preguntó por mi ausencia -. Porque fuera del dolor que se introdujo en mi universo un seísmo existencial me tenia al borde de un abismo.
La avaricia y la corrupción humana han ido inundando nuestro cotidiano, y la frase de Camus pierde su pertinencia, «todo lo que aprendí del hombre, lo aprendí del futbol». Y se da cuenta uno que todo se ve destrozado por una maquinaria de billetes verdes, sobre todo esa idea inocente que vehiculó e hizo suya nuestra generación: la de un mundo mejor. Pero renunciar al mejor de los mundos no significa en ningún caso renunciar a un mundo mejor dice el filósofo Edgard Morin. Y no renuncio por un mundo mejor. Pero renuncié al mejor de los mundos. Y en este mundo de imágenes y de tortuosas políticas mundiales, de muros que se elevan en las fronteras para prohibir el paso de hombres mujeres y niños; de ríos y mares que se mueren de nuestros desechos me levanto esta tarde de otoño, dejando el dolor que me paralizó por semanas, para escribir un poco sobre los dolores de este mundo sin importar el qué dirán.
La reducción: Leí en Le Devoir un artículo de Jean-François Nadeau en que hace un paralelo entre los Indios jibaros que reducían las cabezas para retener, lo que creían, un poder transcendente de su enemigo. En Japón, – escribe Nadeau – la reducción de cabezas va acompañada del espíritu cuando veinte y seis universidades anunciaron que cerrarían las facultades de ciencias humanas y sociales para satisfacer los deseos del ministro de educación, Hakubun Shimomura. Les pedía « abolir o convertir esos departamentos para favorecer las disciplinas que sirven mejor la sociedad». Menos estudiantes se frotarán a la historia, la literatura, filosofía, la sociología y la antropología. En pocas palabras -dice J.F. Nadeau-, el señor Shimonura pertenece a esa gran tribu contemporánea de reductores de cabezas.
Actualmente nuestro sistema de educación sufre el mismo rigor reduccionista de la parte de nuestro insignificante ministro de educación. Tan reductor como su homólogo japonés esta clase de pequeños contadores están empujando a la humanidad hacia el bajo fondo de la historia.
Los nuevos capitalistas que reinan en este mundo quieren sacrificar la escuela en todas partes del mundo para sostener una ideología que es solo aritmética. Porque aritmética es poner 400 millones de dólares en un estadio para distraer a las masas y llenarles la testa de hockey, de espectáculos, que de construir una escuela que hace más de tres años espera ser construida. Cuando los abuelos que somos, vamos a buscar a Mika miramos su escuela demolida y aun sin reconstruir, y sabemos que con cientos de sus compañeros tiene que compartir locales inadecuados en una escuela secundaria no adaptada para su edad. Los reductores cortan los presupuestos de las escuelas públicas pero mantienen o aumentan los presupuestos de las escuelas privadas.
Cuando le preguntaron a Marjukka Skantsi, maestra y profesora de la universidad finlandesa de Turku, en el II Foro Internacional de Innovación Educativa organizado en la Ciudad de Buenos Aires, sobre el éxito de la educación en Finlandia, ella respondió que en su país, todas las escuelas son estatales. Y el auditorio estalló en un sonoro aplauso[i].
La democracia: ya estoy harto de escuchar que las elecciones cada cuatro o cinco años son el ejercicio de la democracia. Estamos en elecciones y me parece cada día más real la pérdida de control por el ciudadano contemporáneo de su destino político. Los elegidos prometen en periodos electorales, pero no cumplen una vez en el poder. Los tratados de libre comercio son el fin de la democracia, la pérdida de soberanía nacional y un peligro para futuras generaciones por el poder que se le dan a las grandes corporaciones.
La fuerza de la manipulación mediática en las elecciones actuales en Canadá produce dolores de cabeza. Ganamos el derecho a votar pero no hemos ganado el derecho de elegir decía un cómico por ahí. Voces importantes se han elevado para advertir de la necesidad absoluta que tenemos de sacar definitivamente a los Conservadores del poder. Silenciaron a científicos, sobre todo los que trabajan sobre el cambio climático; se retiraron del protocolo de Kyoto; cambiaron las leyes de protección del medio ambiente para disminuir sus efectos; se ha implementado una política guerrera en el mundo. Hasta la revista Science [ii] publicó un editorial abogando por un cambio en las riendas gubernamentales canadienses. David Suzuki, un reconocido científico canadiense también advierte en entrevistas y artículos que escribe, que la reelección de Harper sería una catástrofe. Pero los zorros conservadores, están usando la estrategia del Dog Whistle, del pito de perro, que emite ondas que solo algunos escuchan. Y les está dando resultados. Últimamente se han lanzado demagógicamente contra el uso del Niqab, en las ceremonias oficiales como el juramento de ciudadanía para dividir y provocar un fuerte sentimiento anti musulmán en la gente. Algunos se tragan el cuento y así van subiendo en las encuestas los conservadores.
Un conocido mío acaba de publicar un libro aquí. «Hay que pensar blando y mostrarlo. El asalto ya fue lanzado, los mediocres se tomaron el poder» clama Alain Denault en la primera página de su libro La Mediocracia. En estos momentos, estima Denault, nadamos en el extremo centro, en lo gris, la evidencia reflexionada. La mediocracia es el pensamiento crítico dormido. Mediocracia quizás no existe en castellano para denominar el gobierno de los mediocres y cuando miro algunos representantes políticos, diputados y gobernantes, basta solo mirar quienes nos gobiernan.
El dolor final: en el día de Acción de Gracias, cuando el otoño ya está en su apogeo y el jardín botánico sublime con sus colores abiertos bajo el cielo azul. El suelo se va cubriendo de hojas secas pero plenas de sus luces veo la gente que corre y me produce el dolor de la falta, de la ausencia de mi cuerpo y el ejercicio. Casi un mes y medio sin poder retomar la ruta y sin saber si podré retomarla de nuevo. Esas mañanas perdidas cuando salía hacia la calle y miraba la luna acompañada de Venus, me perdía en mis pensamientos alimentados por los blues de Muddy Waters o de James Cotton. Ese dolor invisible y silencioso del cuerpo en reposo acostumbrado a la soledad del corredor esta visible en mi mente y espera tranquilamente que se vaya hacia el infinito olvido y no vuelva.
[i] http://www.pagina12.com.ar/diario/pirulo/30-281950-2015-09-18.html
[ii] http://www.sciencemag.org/content/350/6257/143.summary