Tiempo

«El Tiempo es la manera que la naturaleza encontró para que las cosas no se pasen al mismo tiempo» John Wheeler de la Universidad de Princeton

En la relojería de mi viejo habían miles de relojes.  Algunos usados, otros nuevos.  Algunos grandes y otros pequeños. Algunos funcionales, otros desarmados. Ese lugar tenía cierta magia. Una vieja relojería, situada en la calle Meiggs, en un gastado barrio de inmigrantes árabes de la Estación central.  Desde niño escuchaba el eco persistente del tic tac de un viejo reloj a péndulo que estaba a la entrada del negocio. Había también una especie de ático obscuro, dónde trabajaban un joyero y tres relojeros. Se subía por una viejísima escalera empinada adivinando los escalones a cada paso. Una caja de madera oficiaba de minúsculo ascensor para enviar los relojes a la reparación. Por doquier cajas con ruedas dentadas de todos los portes que intricadas entre sí servían para medir el tiempo. Ese tiempo que regula nuestras vidas, la hora de levantarse, de acostarse, la hora de ir a trabajar estudiar o simplemente la hora de ir a jugar.  Y esos relojes de mi viejo  eran las maquinas por excelencia que estaban ahí para medirlo.  Él mantenía esas maquinas aceitadas listas. Medía ese tiempo absoluto, el tiempo de Dios que hablaba Newton. Ese tiempo que fluye en la existencia como un rio, ineluctable, irreversible. Borges decía que «El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges» y yo también desgraciadamente soy Gerardo.

Y hoy 25 de noviembre, en una fría y gris mañana nórdica, leo por ahí que hace 100 años, el 25 de noviembre de 1915, Albert Einstein presentaba a la Academia de Ciencias de Prusia, en Berlín, las ecuaciones describiendo la teoría de la relatividad general y que con los años se consideraría la más bella teoría de la historia de la física. Una teoría que no ha sido contradicha y que un siglo más tarde no tiene fallas. Una oda a la razón en estos tiempos de sinrazón.

No me acuerdo bien como llegó a mis manos el primer libro que explicaba la Relatividad. Debo haber tenido entre 16 y 17 años. Su lectura abrió puertas en mi cerebro. Despertó mi imaginación. Y mi primer año en la Universidad de Concepción en los largos viajes en tren, recreando en mi cabeza las experiencias mentales de Einstein, sobre todo la del observador en tren y del que hombre parado en el andén, iba leyendo por horas lo que había podido encontrar en las librerías de la Universidad de Chile, que estaba en la Casa Central o en las librerías de  la calle San Diego, donde mi viejo me mandaba a grabar medallas de oro para su clientes. Para un hijo de relojero  el tiempo se convirtió en algo esencial e irreal.

Nunca me inspiraron los profes de matemáticas que tuve. Secretamente tenía profundos deseos de estudiar física, a pesar que los cursos de física en el Instituto eran un horror pedagógico. Secretamente, desde niño, los misterios del Universo me invitaban a la admiración.  Quería entender lo que veía en las noches claras de mis primeros años pasados en Rancagua y después en Santiago, antes que la contaminación velara su cielo.

Teníamos grandes discusiones con Pepe H. o Pepe C. a propósito de lo que esconde el universo. Elucubraciones que muchas veces se alargaban hasta tarde en la noche inspirada por los humos de los muchos porritos que fumábamos en nuestros encuentros adolescentes. Las estrellas gigantes, como Betelgeuse, las imaginábamos haciendo círculos en los suelos áridos de los sitios eriazos que fungían como parques en la Villa Frei.

No me fue difícil entender, sobre el espacio y el tiempo como una entidad única y donde el presente y el pasado no tiene más realidad que derecha e izquierda donde todos los eventos se suceden juntos.   Fue fascinante poder en mi cerebro imaginar esas relaciones, mirar y recrear con la sola imaginación las implicaciones de la teoría de la relatividad. La ruptura con la física newtoniana, donde la gravedad es cambiada por la curvatura del espacio que permite que los planetas giren alrededor de los soles.  Imaginar el tiempo como infinitos momentos que se suceden como capas. Imaginar que mirando las estrellas vemos el pasado.  Lo irreal y lo real confundidos. Los reflejos del sol al amanecer en la ventana del tren camino al sur, en el límpido sur sureño, imaginando las discusiones entre los relativistas y los cuánticos.

Abrir un libro sobre la Relatividad es también abrir un libro sobre los tiempos mas fascinantes de la historia de la ciencia.  Es tocar con las palabras una revolución del pensamiento humano.

En este mundo a cuatro dimensiones que vivimos, creemos que todas las cosas que existen ahora son reales. Los elementos pasados fueron reales pero dejaron de existir. Los elementos del futuro no existen aún y existirán cuando llegue el momento. Es por eso que lo esencial es reintegrar el tiempo aceptando las incertitudes, admitiendo que la sorpresa es posible; cuando contestamos las exigencias de la tradición y buscamos las soluciones inéditas a los problemas inéditos.  Es por eso que todo está sujeto a cambios.

Para Einstein, el presente, el pasado y el futuro eran una ilusión persistente[i]. Pero el tiempo existía en la relojería de mi viejo. Era bien real. El pasado encerrado en cajas de relojes no reclamados, centenarias maquinarias que desaparecieron en la ilusión de un tiempo perdido. Y el futuro fue eso, un presente en el nórdico frio de noviembre escribiendo sobre el tiempo.  Repito, yo desgraciadamente soy Gerardo.

[i] cartas a la familia de Michele Besso in Correspondance 1903-1955, 1972

3 thoughts on “Tiempo

  1. Muy bonito y evocador Gerardo. Alguna vez escribí:  » el pasado no existe, pero lo pinta el recuerdo; el futuro no existe, pero lo pinta la esperanza. Sólo existe el presente, que como un rayo en la noche, atraviesa por siempre nuestra existencia en busca del infinito ».
    Salud! (os)

    Julio Neuling H.

  2. Gerardo muy hermoso lo que escribes , un lindo recuerdo de la relojería que tuve el honor de conocer y ver tantos relojes como tu mencionas , el tiempo todo lo dice , para mi existe tanto el pasado cono presente y futuro
    saludos afectuosos

Laisser un commentaire

Votre adresse de messagerie ne sera pas publiée. Les champs obligatoires sont indiqués avec *