Un domingo en la mañana

El aire se ha entibiado.  La primavera ad portas, ha derretido la nieve y las calles están llenas de charcos de agua sucia. El sol alumbra y las plantas verdes al interior brillan transparentes dejando ver sus venas. Yo sentado en el sillón leí un artículo sobre Margaret Mead, la madre de la antropología americana.  Me acordé de uno de mis profes de antropología en la Universidad de Montreal, específicamente de etno-cinematografía, que se paseaba delante de la clase, fumando su pipa y hablándonos «cuando fui estudiante de Margaret Mead…» yo admirativo sentía una especie de placer en esos primeros años de vida aquí, como me había acercado al mundo, al verdadero, a ese que desde lejos admirábamos y encontrábamos inalcanzable.  Estaba a dos grados de una de las grandes de la antropología.

Decía que la primavera ad-portas, esta derritiendo la nieve. Mi bicicleta me espera abajo, neumáticos desinflados para que en un día tibio la saque de su letargo invernal. La ciudad empieza a tomar sus letras de nobleza y a revivir, la gente se ve sonriente, las calles se llenan de corredores a pie vestidos con los mejores atuendos de carrera. Pasan en dirección del jardín botánico. Yo leo que es el aniversario de Jack Kerouac que cumpliría 94 años hoy, la edad venerable de mi vieja. Nació en Lowell, Massachusetts, no tan lejos de aquí, de una familia francófona. On the road, me acompañó durante algunos años y toda la generación Beat.  La idea de partir de viaje, escribiendo lo que pasa por la cabeza y las sensaciones o emociones que uno siente mientras por la ventanilla de un tren o de un bus va camino a ninguna parte escuchando blues o jazz. Es lo que me sucede en la cabeza cuando los sábados en la noche escucho un programa de radio donde tocan música americana de los años 40 hasta los años 60… Jimmy Durante, Charlie Parker, Dean Martin, Ella Fitzgerald e innumerables otros.  Es un viaje interior sentado en mi escritorio tratando de tirar líneas imaginarias en la noche que avanza, mecido por el crepúsculo y la noche naciente. Scott-Fitzgerald, Paris es una fiesta, o Tierna la noche, me vienen a la memoria como si hubiera vivido esos tiempos en otra vida.

La primavera está ad-portas, caminando con Marcia por el barrio discutíamos sobre nuestra primavera que es a la vez un manto de luz, de aire tibio y de suciedad. Las calles que cubiertas de nieve que se derrite, van desvelando los restos más obscuros de nuestra civilización: sacos de comida vacios, tarros y botellas escondido durante los meses de invierno aparecen. Las veredas llenas de piedrecillas para evitar que con el hielo la gente se caiga, dan un aspecto de una ciudad sucia. Los árboles desnudos pronto abrirán sus hojas y las maquinas de la municipalidad pasarán lavando las calles y la ciudad retomará como siempre su impalpable belleza . Nosotros humanos, saldremos como marmotas nuevas más seguido al exterior, buscando donde sentarse para mirar los otros humanos. A lo mejor un porrito un domingo sentado en el jardín botánico me pondrá en armonía con el universo y sus ondas gravitacionales.

Mientras tanto sigo leyendo mis libros, hundiéndome en las palabras que circulan como el agua de un rio, de ese rio y esas acequias de mi infancia que viven en mis recuerdos donde me refugio cuando el frio arrecia en la ventana al amanecer. La reseña de un libro de Hagar Peeters me informa de la traición de Neruda a su hija hidrocéfala que nació de su unión con María Antonia Hagenaar. «Mi hija es, o lo que nombro así, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto coma, un vampiro de tres kilos» escribió poco después del nacimiento de Malva.  Nunca quiso reconocer su hija. Triste historia que no enaltece al poeta chileno.

La primavera esta ad-portas y más temprano que de costumbre… claro el 2015 el CO2 aumento como nunca y seguimos calentando el planeta de manera directa y en figurado. Para los que inocentemente  preocupados por el futuro de nuestro planeta, les recomiendo un libro de un economista  de Oxford, Dieter Helm, Natural Capital, Valuing the Planet. Habla sobre la preservación de la biodiversidad y los espacios naturales.  En suma explica que nuestro deber es mantener un nivel de recursos naturales al menos igual en valor al nivel que los predecesores nos legaron.  Pregunta el autor si la naturaleza tiene un valor monetario? Como un paisaje tiene un valor monetario? preguntaba también Joan Martinez Alier… la destrucción en aras de una economía de mercado está llegando a los limites.  Tal nivel de estupidez y de arrogancia con respecto a la naturaleza es notable pero no sorprendente, porque ella hace parte de la lógica capitalista que se ha enseñoreado del mundo… algo hay que cambiar.. Esa lógica la expresan mejor que nadie los economistas neoliberales, porque « quien crea que el crecimiento exponencial puede durar eternamente en un mundo finito, o es un loco o es un economista »

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